«Melancholia», el fin de todo
Un drama familiar que acontece dentro de otro drama más universal. Una obra maestra que lleva la psicología del espectador a un terreno pegajoso, donde la supervivencia, o la ausencia de la misma, hacen que desaparezcan los límites, tan necesarios para poder digerir la realidad.
Dividida en dos partes, en la primera nos presenta las turbulencias de una familia. Una boda sirve como escenario para mostrar a sus personajes y dejarles vivir la historia. Crear empatía y odio. Valorar quién es el cuerdo y quién el loco.
En la segunda, con un cambio de protagonista, nos mostrará que todo ese drama, que todas las penas e ilusiones, valen poca cosa. Así, abriendo cada vez más el diámetro de visión, va desarrollando un drama central que a la larga acaba por tragarse a todos los anteriores.
El paralelismo entre Justine (interpretada por Kirsten Dunst) y su hermana Claire (interpretada por Charlotte Gainsbourg) es sencillamente brillante. Inicialmente asistimos a la lucha entre una mente desbocada, delirante, de Justine, y una mente consciente de la realidad, madura, de Claire. Pero rápidamente la película da un giro y Justine brilla como la mente lúcida mientras Claire sucumbe ante hechos que su mente no llega a gestionar.
Pareciera que el director utiliza como protagonista al elemento más débil, y a más débil, mayor protagonismo. Lo que es seguro es que consigue sacar lo mejor del reparto, encabezado por una Kirsten Dunst (Justine) que deja el listón muy alto con un papel esquizofrénico y devastador que le ha merecido un Prix d’interprétation féminine (Mejor Actriz) en el Festival de Cannes 2011.
La banda sonora corre a cargo del compositor alemán Richard Wagner. Así Von Trier hace propia la música del drama musical «Tristán e Isolda». De proporciones gigantes, la elección musical no sólo es acertada, es colosal. Sumándose a una profunda vibración, sensorial y psicológica, que recorre la sala a cada paso de la historia, hacia un clímax que nunca termina de llegar y que, cuando lo hace, te deja mudo, inerte. Incapaz de controlar las emociones y necesitando tiempo y agua para saborear lo grandioso y lo catastrófico de la historia.
Todo enmarcado en una fotografía impecable, donde no faltan los efectos especiales perfectamente engarzados en la historia. Una demostración de cómo utilizar efectos especiales de última generación por el bien de la historia y no doblegando la historia por el bien de los efectos especiales, a la Hollywood.
Sin duda estamos ante un punto de vista muy diferente para una amenaza a la que el cine se ha enfrentado en multitud de ocasiones, con películas como «Armageddon». Esta vez el director danés nos muestra un hecho devastador pero no nos plantea cómo detenerlo. Mantiene al espectador lejos de la ciencia, de los militares y de las grandes hazañas estadounidenses a las que estamos demasiado acostumbrados.
Los personajes se encuentran sabiamente aislados. Separados de la civilización, del mundanal ruido, y metidos en un frasco para ponerlos a fuego lento hasta que se evaporen en una erupción cósmica de ciencia-ficción.
En el anecdotario de la película también figurará la rueda de prensa para el Festival de Cannes 2011, donde el polémico director comienza una broma sobre sus raíces alemanas en la que acaba enredándose y de la que sale mal parado, con la prensa más sensacionalista aprovechando el tirón de incluir «Hitler» en un titular. Por desgracia, las disculpas del director no tendrán tanta cobertura mediática.
Polémicas al margen, viendo «Melancholia», el abajo firmante no sabe si Lars Von Trier es pesimista en este metraje o si nos quiere dejar una moraleja universal: No somos nadie.