«El perfecto desconocido», tras la memoria
El director mallorquín Toni Bestard (Equipajes) nos lleva, en su primer largometraje, a un pueblo perdido en la profundidad de Mallorca.
El protagonista es un hombre irlandés, interpretado por Colm Meaney (Star Trek: Deep Space Nine, Con Air), que aparece en este pueblo remoto siguiendo el hilo de sus recuerdos.
Así de sencillo es el hilo conductor de una película que masca, de nuevo, esa vieja idea del desconocido extranjero, o de ciudad, que llega al pueblo donde todo el mundo se conoce y cada día es similar al anterior y al del año pasado.
Con un idioma y unas formas totalmente ajenas a su entorno, el resto de la trama girará en la lucha de un pueblo para mover la monotonía de su existencia apoyando la palanca en el recién llegado, que no levanta pocas especulaciones y rumores.
Los personajes son tan peculiares, llegando al punto irreal, que los aleja de lo que parece razonable. Ahí empieza a temblar el metraje, que se va desmoronando a medida que el misterio del que se nutre se vuelve menos intrigante.
Así, las incógnitas que rodean al personaje protagonista, no se ven recompensadas con un hallazgo sustancioso pues los extravagantes personajes que pueblan «El perfecto desconocido» han distraído en exceso con sus excentricidades y la historia principal ya hacía tiempo que había dejado de ser importante.
Para lidiar con esta situación el extranjero también se comporta de forma errática, con acciones y reacciones que se contradicen y rebotan entre la inteligencia de hombre de mundo y la irracionalidad del observador pasivo.
En resumen, «El perfecto desconocido» es una película con una muy buena realización y una buena fotografía, pero con una historia poco interesante llena de personajes perfectos para una serie de televisión pero que, en 92 minutos, no tienen tiempo a desarrollarse y parece que todo se queda a medias.